Aquí Ahora

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A pesar de mi actividad y experiencia como terapeuta, no soy una persona de natural tranquilo. Realmente me caracteriza más la precipitación, la aplicación a la tarea y siempre con una presión interna bastante consistente. Vamos, que el estilo contemplativo no es lo que más me representa.

Mi familia y amigos saben del asunto por lo que, a menudo, me sueltan alguna broma relativa a esa hiperactividad, que sigue dominando en mi rutina diaria actual.

Cuando echo la vista atrás, en un recorrido más o menos sesgado y orientado a la búsqueda de vivencias relajantes o pacíficas, cuesta encontrar tales momentos de calma o de cierto arrobo meditativo.

Y es curioso, porque en sesión, cuando hago uso de herramientas de mindfulness, meditación o visualizaciones que ayuden a la persona a encontrar la forma de aplacar el estrés o algún tipo de malestar ansiógeno, no me resulta complicado inducir la calma necesaria.

Sin embargo, como decía, en el pretendido encuentro de algún evento más sosegado de mi historia, logré encontrar pequeñas experiencias de intensa conexión. ¿Con qué?, no sé. O tal vez, sí. Porque conectar, sí que conecté con una ausencia total de valoración o juicio. Donde no existía más que la perfección del momento y una vitalidad ajena a mi propia percepción.  Momentos de un brillo superlativo, donde el color, que ahora sigue apareciendo en mi memoria, es de una intensa tonalidad que no posee la inmediata realidad.

Momentos, insisto, que se han quedado grabados como rotundas muestras de una alegría básica e intima. Que no admiten explicación causal, solo hay experiencia de un bienestar profundo que integra la totalidad de mi conciencia.

Quizás la más reciente, si bien es de hace unos 3 o 4 años, se relaciona con algo tan simple como caminar con mi madre por la playa. Una playa atestada de bañistas y caminantes como nosotras, de niños jugando y estupendos socavones en la arena. En esas caminatas, lo más importante, y precavido, era sortear los obstáculos manteniendo un buen ritmo que nos permitiera practicar un mínimo ejercicio muscular.

Pues bien, ahí, en una caminata, que en cualquier otra época de mi vida me hubiera crispado por la agitación y el agolpamiento humano, ahí… sentí esa alegría inexplicable, la percepción de belleza y sintonía con todo lo que me rodeaba. Además, se hacía extensiva a todo el recorrido:  transitar por el agua golpeando las olas, caminar con cuidado, reír con los niños que saltaban delante nuestro… todo era motivo de júbilo.

Y, para mí, es suficiente saber que en esa experiencia la noción de tiempo transcurrido desaparece. Ahora al evocarlo, al escribir sobre ello, he vuelto a sentir la frescura del agua en mis pies y de nuevo la alegría, la intensidad del presente que fue y sigue estando en este Aquí-Ahora,  3 o 4 años después.  

Todos hemos vivido alguna vez esos momentos de rara emoción en los que el tiempo desaparece y la luz brilla..
Instantes perfectos de armonía con el entorno, en los que tu individualidad y tu muerte pequeña se funden con el mundo.
En estos momentos, lo sabes todo, lo entiendes todo, lo eres todo (Rosa Montero)

 

 

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